Han pasado ya unos meses de aquel renovado Benidorm Fest que en enero trajo consigo polémicas, habladurías y cierto desgaste en un año en que pareciera que las cosas podían empezar a ir bien para la delegación responsable de Eurovisión en España. Que si jurados comprados. Que si tongos. Que si tetas y ‘bots’ gallegos. Imposible olvidar aquel vídeo convertido en uno de esos pseudo-memes tan nuestros, donde la coreógrafa Miryam Benedited reconocía que ella hubiera vuelto a apostar por Chanel y su ‘SloMo‘ a pesar de las críticas. “Si volviera a votar, votaría lo mismo”, admitió. Imposible olvidar, también, ese odio fanático a la que fuera el pasado 14 de mayo nuestra representante en Turín. Chanel incluso huyó de Twitter porque no se la celebraba, sino que se la amenazaba. A Chanel, sí. La misma que nos ha regalado el mejor puesto para España de los últimos 27 años en el certamen. Curioso, cuanto menos.
Y es que la de Olesa de Montserrat nos ha brindado algo más que ese loable tercer puesto en estas -aún no reconocidas- olimpiadas de las canciones. Hay una lección muy valiosa detrás de todo este viaje al que se ha aventurado, a pesar de todo, con más ganas que temores. Porque a nadie le gusta no gustar. De hecho, pocas cosas peores se me ocurren que no gustar a los que tienes que servir de emblema. Y, si no, que se lo digan a Manel Navarro. Pero Chanel no ha parado de trabajar durante estos meses para demostrar infinitud de porqués. Por qué este año. Por qué esta canción. Y por qué ella, que probablemente en esencia sea lo más importante de todo. Indiscutible admitir que lo ha demostrado todo con creces y sin acritud hacia los que no confiaron en ella.
De desconocida a odiada, y de odiada a festejada. Un viaje un poco frenético, para ser honestos, pero que, con sus tablas, dedicación e ilusión le ha permitido meterse al público en el bolsillo. De ilusión que también ella ha devuelto a muchos desganados con un festival que España aún percibía cutre, nimio y bastante politizado, aunque quizás no sea precisamente menester comentar nada de esto último tras lo sucedido este año. Si el mundo se politiza, ¿la música también? Qué sabe nadie. El caso es que Chanel ha traído de vuelta esa ilusión que mencionaba, pues esa desconocida que tanto odio despertó ha callado bocas entre abanicos, luces, pirotecnia y un ‘dance break’ que también va a quedarse con nosotros por un largo tiempo. Y todo esto con la sutileza necesaria para que todo parezca mucho más sencillo de lo que es. Cuestión de saber ejecutar a la perfección, que no todo el mundo sabe.
Al final solo nos deba quedar reconocer equívocos y admirar lo admirable. No ganamos, no. Pero tampoco estuvo tan mal. De hecho, estuvo más que bien. A Chanel le debemos el saber que Europa no nos odia tanto como pensábamos. Y que los jurados no son tan estúpidos como el fanatismo cegador nos puede hacer suponer. Y que las cosas, si están bien hechas, traen los resultados merecidos. Y que Eurovisión no ha perdido nunca ese elemento unificador que nos puede mover hacia algo de lo que podemos disfrutar juntos. “Gracias por venir”, que entonaba Lina Morgan. Y eso también se lo debemos a Chanel. Las gracias, que jamás están de más.