«Cajas, cajitas, joyeros, pastilleros, urnas, estuches, jarrones. Esta casa que ahora les pertenece alberga un museo de recipientes»
Recipientes de fármacos, fármacos a los que culpar, fármacos que forman un rastro de declive y que busca con una energía frenética Nora, una de las cuatro protagonistas. Así es como empieza la historia de Las herederas, la nueva novela de Aixa de la Cruz.
La matriarca de una familia muere. Se detiene el tiempo e inicia una historia en la que la escritora bilbaína nos introduce sin preámbulos y con total maestría. El suicidio es el punto de partida de la obra, todo el cúmulo de reacciones diversas, el ser humano en sus distintas fases. Cuatro mujeres en una casa, cuatro mujeres que son una. Cuatro mujeres que reaccionan de un modo distinto ante un mismo hecho, de acuerdo con su modo de entender las cosas. Cuatro personas que, sin embargo, parten de la misma, que vuelven al punto de partida, al origen cuando este llega a su fin, a su abuela.

La autora describe la situación como cuando se lanza una piedra a un charco, teniendo en cuenta todos los matices del proceso acción-reacción. El miedo de que algo como el suicidio vuelva a tener lugar en el seno de la familia empaña las actitudes y el ambiente entre los personajes.
Las protagonistas, las herederas, las mujeres
Aixa de la Cruz construye personajes que se adaptan a la realidad en la medida de sus posibilidades. La personalidad que demuestra tener cada nieta va más allá de lo complejo. Sus entidades físicas muestran solo una pequeña parte a la realidad mundana, en las relaciones que establecen con el mundo. Sus personalidades, gran parte de las cuales queda bajo tierra, bajo el agua, como si se tratara de un iceberg o de un árbol con sus raíces, son mucho más complejas y están más influidas por su bagaje vital de lo que ellas mismas son capaces de observar. Sus vidas, conclusión y consecuencia natural de la evolución de la sociedad actual.
Mujeres con crisis psiquiátricas recurrentes, donde la inseguridad es la base de su vida, el miedo a recaer y a que la gente desconfíe de ellos continuamente; supervivientes de la masa, o algo peor, autoexigentes que temen no estar a la altura de las expectativas que ellas mismas han creado sobre sí.

Con esto, el suicidio de la abuela es un hito que pone en cuestión las vidas y los planteamientos vitales de las cuatro nietas. El episodio alrededor y a partir del cual todo cuanto sucede muestra cuatro perspectivas distintas de la casa, que guardan relación con el vínculo que estas tenían con su abuela, y con el modo que tienen de enfrentar el duelo: culpa, aislamiento, oportunismo, miedo, etc. La muerte de la abuela es el inicio del reencuentro, del viaje que inicia cada una de las nietas internamente, del punto de inflexión que desata en todas.
Y Aixa de la Cruz sabe hacerlo. Realiza en la prosa continuos escarceos y apartes acerca de la psique de los personajes, lo que piensan y los lugares que recorren sus mentes, que se alejan por completo de la realidad que presencian y que supuestamente viven. Representa mundos internos que no tienen nada que ver con el exterior, como si pensara una persona y viviera otra, con perspectivas y caracteres diferentes.
Una óptica precisa del hoy
Ofrece al lector cuatro perspectivas acerca de un mismo acontecimiento. Los hechos ocurren en la medida en que los personajes los reciben, los describen y los interiorizan relacionándolos con rasgos del carácter de otro personaje que no aparece o que tan solo es un recuerdo vago, así como con hechos antecedentes que se encuentran fuera de lo narrado. También es esto observable en la estructura de la obra, en cuyos capítulos tiende a narrar la misma escena, pero vista y descrita desde distintas ópticas. Adapta la voz narrativa a la manera de ser de cada personaje, de cada una de las nietas. En suma, un puñado de escenas, pero donde las referencias extranarrativas completan el microcosmos que crea la autora alrededor de las protagonistas. Todas las tramas secundarias se desarrollan por medio de un mismo momento que cada una ve y vive de un modo distinto. Todas forman parte, viven y contribuyen al desarrollo de esa escena, aportan algo que viene del exterior y que, al mismo tiempo, viene de ellas.

Sin embargo, por si no fuera suficiente la profundidad con la que la autora aborda el problema, realiza un repaso por el imaginario antropológico-cultural del ser humano: filosofía, ciencia, creencias atávicas, etc. Resultan innegables las nociones filosóficas de las que se sirve en recurrentes paralelismos que establece con las reflexiones internas de las protagonistas. Relaciona muchas de las escenas que describe con ideas propias del pensamiento occidental empleadas para confirmar y justificar sus puntos de vista: superstición, ciencia, medicina, botánica, empirismo, filosofía, psiquismo, etc; lo que, por otro lado, conduce a una tesis omnipresente en la obra (tesis fácilmente trasladable al mundo en el que se publica la obra), que se deduce del observar el ambiente caótico que domina la situación: los problemas del hoy son vividos por gente del hoy que no entiende el hoy. En definitiva, Aixa de la Cruz nos lleva con sus páginas a replantearnos nuestros constructos internos sobre la muerte. Mejor dicho, sobre el suicidio, y sobre cómo vivir y gestionar el legado familiar y las relaciones que se establecen dentro de esta, tanto en la dimensión material como en la espiritual.