Lo único que Sierva María de Todos los Ángeles tenía de devota era el nombre. Como todas las marquesitas criollas de Cartagena de Indias, la pequeña había sido bautizada por la gracia de un dios cristiano, aunque los dieciséis collares sagrados que se le enredaban en la cabellera cobriza no rezaban a ningún santo, sino a Olokun y Yemayá, y a las tantas otras deidades africanas veneradas por los esclavos de su padre. Y es que fue en los barracones del patio de su casa, entre negros y mestizos, donde Sierva María encontró el calor maternal y las atenciones de crianza que sus padres, un matrimonio forzado y sin amor, le negaron desde el mismo momento de su nacimiento.
Allí, analfabeta y dichosa, Sierva María aprendió a hablar en yoruba, congo y mandinga, a cantar y bailar al son de los tambores y a mentir e imitar voces demoníacas como forma de entretenimiento. Así, blanca de piel, pero con alma y fe de negra, la niña vivió sin ser vista hasta el mismo día de su duodécimo cumpleaños, cuando el mordisco de un perro callejero la sentenció a una muerte prematura. Una muerte de amor.

Enferma a los ojos de su padre, sin haber mostrado, en realidad, un solo síntoma de mal de rabia, Sierva María fue sometida a exhaustivos sangrados, largos baños de hierbas y constantes friegas de ungüentos infernales, que, sobre la herida en carne viva, la indujeron al mismo delirio febril de los verdaderamente arrabiados. Fueron justamente sus salvajes aullidos, fruto del agotamiento y el dolor, los que convencieron al obispo de que la infantil alma de Sierva María había sido poseída por el demonio, y la niña fue internada en una de las celdas del convento de Santa Clara. El joven padre Delaura, en cambio, nunca creyó que aquella enigmática criatura, a la que visitaba todas las tardes y cuya presencia le hacía temblar, necesitase un exorcismo.
Sierva María de Todos los Ángeles es la enigmática criatura que protagoniza Del amor y otros demonios, una espléndida novela publicada en 1994 por el nobel colombiano Gabriel García Márquez. A lo largo de los cinco capítulos, como en tantas otras de sus obras, Márquez explota la capacidad estética del realismo mágico para reivindicar, a través de los mitos, las leyendas y las supersticiones que aprendió de niño, lo maravilloso y extraordinario de la realidad latinoamericana. Y es que se pueden hacer muchas lecturas de la suerte de la pequeña marquesita, pero Del amor y otros demonios es mucho más que el simple relato de un amor condenado.
Presentando lo cotidiano y banal como algo mágico y asombroso, Márquez crea una ficción histórica en la que los personajes, concretamente los católicos, atribuyen circunstancias tan naturales como la muerte o la desgracia a un supuesto poder diabólico que Sierva María, en realidad, no ostenta. De hecho, si bien es la enajenación temporal de la niña lo que los lleva a creerla poseída, una vez que esta se recupera de las espantosas curas, son sus costumbres, las de los esclavos, las que confirman la posesión según las leyes que rigen el mundo de la rancia aristocracia caribeña.
Esto supone una irónica crítica que, escrita de forma hermosa, juzga la incomprensión de la cosmovisión americana por parte de la cultura europea, cuya demonización, al final, le cuesta la vida a Sierva María. Esta cultura occidental queda representada en el poder absoluto de la iglesia católica: el mundo del obispo, la abadesa, las monjas y los marqueses, seres autoritarios, rígidos, crueles y desdichados, simbolizan una decadencia moral que se contrapone a la alegría, la autenticidad, la vitalidad y el sentimiento de comunidad que se respira en el patio de los esclavos.
En parte, es por eso que, pese a no contar con el reconocimiento de obras como Cien años de Soledad o Crónica de una muerte anunciada, considero Del amor y otros demonios una de las novelas más bellas que he leído de Gabriel García Márquez: cada una de las frases que componen el relato está adornada de poesía, de sentimiento, de una pasión embriagadora, empezando por el mismo prefacio, que adelanta el ingenio con el que está escrito. Ameno y de ritmo rápido, con una trama atractiva y un universo de personajes de una psicología tremendamente compleja, me atrevería a decir que lo más interesante de la obra es la sutil, pero increíblemente precisa descripción que Márquez hace del agónico declive de la sociedad criolla, de la intolerancia de la iglesia y de la mistificación de la vida cotidiana. Especialmente porque para descubrirla es necesario leer entre líneas.